La psicóloga ha advertido que el confinamiento puede tener secuelas físicas y emocionales en los más pequeños. Y es que según ha explicado, estos niños están en pleno proceso madurativo y la actividad al aire libre resulta «fundamental» para un adecuado desarrollo y como elemento regulatorio del control de las emociones.
Esta es una de las conclusiones que la experta expuso durante el Encuentro Digital con Expertos «Estrategias psicológicas en momentos difíciles para nuestros pacientes», organizado por el Área de Ciencias de la Salud de la VIU y retransmitido a través del canal de YouTube de la universidad.
En su intervención, señaló que “los niños están en un proceso de desarrollo madurativo que requiere una estimulación suficiente para su desarrollo cerebral, a través de la exploración del entorno, el juego, el aprendizaje y la interacción con otros niños”.
En este sentido, la experta considera que la actividad motriz al aire libre es fundamental para el adecuado desarrollo de los niños y como elemento regulatorio de sus emociones. «Esta situación ha afectado a todos los niños, y en función de la etapa evolutiva de desarrollo en la que se encuentren puede haber afectado de una u otra manera».
Así, los niños pueden mostrar irritabilidad, quejas frecuentes de aburrimiento, tendencia al aislamiento, dificultades para gestionar la frustración con episodios de enfado, labilidad emocional, conducta hipermotriz, dificultad para seguir las órdenes, aumento de los miedos, y dificultades en la alimentación y el sueño.
En los adolescentes las primeras serán más frecuentes, mientras que en los niños más pequeños y los bebés las expresiones conductuales y fisiológicas estarán más presentes, ha precisado la experta.
El estado de alarma sanitaria genera una activación de la percepción de riesgo que va más allá del confinamiento y “esta percepción de riesgo hace que el sistema límbico y reptiliano de nuestro cerebro estén más activos y sea más fácil desregularnos”.
Así, los adultos serán los primeros que tendrán que encontrar recursos de autorregulación, porque ellos a su vez son los que tienen que regular a los niños, ha señalado la docente.
Entre los 0 y 3 años, los niños son “especialmente sensibles a los cambios en los horarios” de sus necesidades básicas asociadas a sus ritmos biológicos, sobre todo el sueño y alimentación.
Según la experta, “los bebes van a tener unas respuestas regulatorias más relacionadas con las quejas somáticas y desregulación fisiológica. Alteraciones de su patrón de sueño, dificultades en la alimentación, episodios de llanto más frecuentes e intensos, problemas digestivos o irritaciones en la piel”.
También ha destacado que el estado anímico de los padres influirá en la regulación de los niños, especialmente los más pequeños. El bebé se regula en la interacción cuerpo a cuerpo con sus figuras de apego, con el contacto físico, el olor, el movimiento, la percepción de las expresiones faciales y la comunicación no verbal.
Por ello, “los padres tienen que ser muy cuidadosos con su propio estado y atender a su propia regulación para proporcionar este contexto corporal con la seguridad que el bebé necesita percibir. Si el adulto está nervioso, asustado o triste, el bebé va a sentir esos estados”, concluye la psicóloga.
La experta ha insistido en que la propia regulación de los padres y cuidadores es la mejor manera de ayudar a los niños especialmente en periodos de crisis, “es importante jugar con ellos cuerpo a cuerpo, no distraerles sólo con teléfonos, tablets o juegos individuales. Los adultos son el termostato emocional de sus hijos y su mejor recurso“.
Todo niño, ha determinado, “busca en las expresiones de sus padres los indicios de seguridad, por lo que la regulación emocional de los padres, en estos momentos de crisis, es el mejor recurso que podemos ofrecer a los niños para manejar el estrés de la alerta que nos rodea a todos. La interacción, el divertirse con ellos, que perciban nuestro disfrute y conexión emocional con ellos, es la mejor medicina que les podemos ofrecer”.
Fuente: ABC